Por fin había llegado el 24 de diciembre. Era el día más
frío del año y Papá Noel ya se estaba preparando para repartir los regalos.
Todo el mundo estaba nervioso, trabajaba sin parar para tenerlo todo preparado
para esa noche mágica. Sin embargo, a Papá Noel llevaban toda la mañana sin
verle, hasta que de repente apareció con la cara muy blanca y muy serio. Pidió
silencio a toda la sala y los elfos extrañados se callaron.
Papá Noel dijo muy despacio y muy triste: Este año no habrá
Navidad con regalos.
Los elfos se pusieron a gritar a la vez: ¡No puede ser! ¿Qué
pasará con los niños?
Papá Noel les explicó que no se encontraba bien, que se
había mareado y no podía montarse en el trineo. Los elfos no sabían qué hacer,
ellos no se atrevían a montar en el trineo porque eran muy pequeños. Pero si no
repartían los regalos iba a ser La Navidad más triste de la historia.
El elfo más joven del grupo, que se llamaba Alonso, tuvo una
gran idea para solucionar el problema, tenían que trabajar todos en equipo y
bien coordinados. El plan era ir en el trineo en distintas posiciones: cuatro
con las riendas, tres en los pedales, dos en la parte alta para mirar y dirigir
y otros tres ordenandos los regalos.
No se atrevían, pero no había otra solución, lo importante
era estar muy unidos. Con mucho cuidado cargaron los regalos en el trineo y se
colocaron cada uno en su posición. Con un poco de dificultad llegaron a la
primera casa, bajaron por la primera chimenea y dejaron los regalos debajo del
árbol, después lo demás fue coser y cantar.
Por la mañana todos los niños tenían sus regalos debajo del
árbol y los elfos fueron a devolver el trineo y los renos. Papá Noel se acercó
a la fábrica y al ver que estaban todos los regalos repartidos se puso muy
contento y comprendió que lo más importante de esa noche había sido el
compañerismo”.
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